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martes, 27 de diciembre de 2016

La semilla de la barbarie Enrique Moradiellos


La historia es un enorme catálogo de horrores y sin embargo ello no resta singularidad al holocausto. No es tampoco el único ejemplo histórico de genocidio. Sin remontarnos más que al siglo pasado nos encontramos con casos como el de los armenios en Turquía o el de los tutsis en Ruanda, pero el perpetrado contra los judíos por la Alemania nazi fue el más letal, con cinco o seis millones de víctimas, y el más sistemático. Para los europeos representa además un doloroso recordatorio de algo que encaja mal en nuestra visión de la Historia. Estamos acostumbrados a noticias de atrocidades ocurridas en países remotos como Camboya, pero el holocausto se produjo en el corazón de nuestro continente, en el país de Kant y de Beethoven. Es algo incomprensible y para mantener nuestra confianza en el progreso de la civilización nos sentimos tentados de olvidarlo, pero si queremos evitar que se repita no podemos hacerlo. 
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Hay que felicitar pues a Enrique Moradiellos (Oviedo, 1961) por ofrecer al público español una síntesis clara y breve de la inmensa bibliografía que hoy existe sobre el holocausto y sobre sus raíces en la larga historia del antisemitismo. No ofrece interpretaciones nuevas, no sería fácil hacerlo, ni pretende aportar datos novedosos, pero resume con buen sentido lo que todo ciudadano culto debería saber sobre este fenómeno crucial en la historia humana. Comienza por analizar de manera breve y competente el holocausto y dedica el resto del libro a examinar las raíces del odio a los judíos, “el odio más antiguo” por utilizar la expresión de un respetado estudioso del tema. 

A lo largo de los siglos se han sucedido en Europa las matanzas de judíos indefensos, sobre todo en ocasión de la Primera Cruzada, en el siglo XI; de la Peste Negra, en el siglo XIV; de la rebelión cosaca contra Polonia, en el siglo XVII, y de la guerra civil rusa, en el siglo XX, aunque ninguna de ellas se acercó ni de lejos a la letalidad del holocausto. La antipatía venía de lejos y hay pruebas de ello en el mundo clásico, quizá porque el monoteísmo judío era percibido como una prueba de arrogancia, pero se agudizó a raíz del enfrentamiento teológico entre judíos y cristianos. Surgió la acusación de pueblo deicida, que la Iglesia católica no desmintió rotundamente hasta el Concilio Vaticano II, y la comunidad judía se convirtió en un chivo expiatorio contra el que se dirigía el resentimiento popular. 

Hubo que esperar al siglo XIX para que los nuevos estados liberales pusieran fin a la discriminación de sus ciudadanos judíos. Y, sin embargo, fue también en el siglo XIX cuando surgió un nuevo antisemitismo que resultaría mucho más peligroso. Su fundamento ya no sería religioso como el de la judeofobia medieval, sino pretendida- 
mente científico. Se basó en las disparatadas teorías racistas en boga a fines del XIX para acusar a la comunidad judía de ser una raza cuya peligrosidad se transmitía a través de la herencia genética. No bastó que masivos estudios demostraran que no ha- 
bía diferencias anatómicas entre alemanes judíos y no judíos, y que los jóvenes judíos habían contribuido tanto al esfuerzo bélico alemán de la I Guerra Mundial como el resto de sus coetáneos. Pero, como dijo Einstein, es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio. 

En conclusión, estamos ante un libro que conviene leer. Bien escrito y bien editado, sólo le falta ese útil instrumento que es el índice de nombres.

Enrique Moradiellos (Oviedo, 1961) es catedrático de historia contemporánea de la Universidad de Extremadura. Ha sido también profesor de esa misma materia en la Universidad de Londres y en la Universidad Complutense de Madrid. Entre su producción más reciente destacan los siguientes libros: El reñidero de Europa(2001), 1936: Los mitos de la guerra civil (2004), Franco frente a Churchill (2005), La semilla de la barbarie(2009), La España de Franco (2010) y El oficio de historiador (2013).
Enrique Moradiello, en su despacho de la Facultad de Filosofía y Letras en Cáceres. - FRANCIS VILLEGAS

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